jueves, 13 de enero de 2011

Llámalo, dolor:

Las 18:37. Han pasado practicamente dos días y sigo aquí encerrado bajo un monton de mantas. Mis ojos ya se han acostumbrado a la oscuridad y mi respiración consigue el oxígeno necesario bajo todo el montón para no tener que salir a la superficie. Sigo en la misma posición que cuando entré. Incluso creo que me he vuelto mucho más pequeño desde entonces, a mis brazos ya no les cuesta aferrarse a mis piernas. Hay instantes, en los que no siento mi cuerpo, creo que empiezo a desvariar. Noto como con cada respiración que doy, que pequeños granitos de polvo se introducen dentro de mi. Y siento como se quedan estancados en mi garganta. Vuelvo a sentir otra vez este dolor intenso en el pecho. No se cuantas veces van ya, pero cada vez son más fuertes. Cierro con fuerza los ojos, y oprimo con rabia mis piernas intentando hacerme mas daño en ellas que el dolor que me produce el pecho. Pero no lo consigo. Ahogo un grito estúpido, y poco a poco se va calmando el dolor. Lentamente dejo de sentirlo. Rozo con la punta de la nariz el colchón humedecido por las lágrimas. Mi mofletes arden de nuevo, y empiezo a convulsionarme. Se nubla mi mente, solo puedo recordar escenas y escenas de mi vida que pasan con velocidad. Fuego, azufre y cristal. Paso mi lengua por mis labios resecos por no haber probado el agua. Sabe a sal.

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