jueves, 9 de diciembre de 2010

Me senté lentamente en la silla aferrando con fuerza la taza de café que había preparado. Con la mirada perdida en el oscuro café, fueron apareciendo imágenes que se reflejaban en el fondo de la taza. Una ventana abierta, una pistola humeante tirada en el fondo de la habitación, los ojos de él clavados como alfileres en los míos, el suelo encharcado … No pude contener un desagradable escalofrío que me recorrió de pies a cabeza. El mal sabor de boca seguía latente, esa arena entre los dientes, como si hubiera tragado un montón de polvo. Di un pequeño sorbo al café que estaba medio frío, noté como esa sequedad en mi garganta iba cambiando a un ligero toque amargo producido por la cafeína. Encendí el pequeño televisor que había situado en el otro extremo de la cocina, el parte meteorológico no consiguió diluir los pensamientos que habitaban en mi mente, esos acontecimientos de la semana pasada. Si, ya había pasado una semana, y seguía dándole vueltas al asunto, debía hacer algo. Terminé desganado el café que quedaba en la taza y me levanté apresurado dirección al piso superior. Atravesé veloz cuan larga era la habitación hasta llegar al baño, me miré al espejo y automáticamente mi rostro marcó una mueca de desaprobación. En efecto, estaba lamentable. Abrí el grifo y refresqué mi cara, pero lo pensé mejor y me di una ducha rápida, no había tiempo que perder.

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