martes, 19 de abril de 2011

El lugar de mis pensamientos

La verdad, es que no terminaba de comprender este frío permanente.


Estaba apoyado en la ventana, con la mirada vaga sin ningún punto fijado. No estaba mirando nada, mas bien iba imaginando lo poco que me permitía mi desordenada cabeza. Perfilaba cuidadosamente con mis pupilas el borde del acantilado, del pequeño faro que lo acompañaba y del escueto bosque verdoso que se extendía detrás. Ya era primavera, el tiempo era ideal y las hojas de los árboles cercanos alegraban el paisaje rígido de la costa. Dirigí mi mirada hacia la orilla de la playa, jugando con el va y ven de las olas, mirando con detenimiento el rastro que dejaba en la arena, como duraba unos segundos, y volvía a aparecer. Se movió aire, y una pequeña corriente helada entro por la ventana, cerré los ojos mientras la brisa enfriaba mi cara, y terminaba de congelar mis manos. Disfruté de como el viento helado se colaba por cada recobeco, de como entraba por mi nariz y petrificaba todo a su paso hasta llegar a mis pulmones, donde una vez allí instalado dificultaba mi respiración. Sin abrir los ojos, deje caer mi cabeza sobre el marco de la ventana, respirando pausadamente, recuperandome poco a poco. Sin prisa, abrí los ojos con desgana. Miré la fina linea que separaba el mar del cielo, en ese instante me pareció delicada, fácil de romper. Parpadeé pesadamente, entrelazando mis brazos y terminando de apoyar mi cuerpo en el frío acero de la ventana. Estaba bastante agotado, no había conseguido dormir nada durante toda la noche, siempre la misma pesadilla, levntandome cada poco tiempo sobresaltado. Escuché tus pasos acercandosé por el pasillo y pasando por la puerta, pero no me giré. Miré al cielo, una pequeña nube se había colado en él, solitaria iba siendo empujada por el viento. No pude evitar sentir un gran vacio y una terrible tristeza, y tu tuve que agarrarme con fuerza a la ventana por no caerme al suelo. Sentí como tu mano agarraba mi hombro, invadiendome por dentro un desmesurado alivio, como un torrente de calma que emanaba de la palma de tu mano. Me tranquilicé, y segui allí apoyado, con tu cabeza acomodada en mi hombro. El ligero viento que seguia entrando por la ventana hacia que tu pelo bailara por mi cuello, produciendome una sensación agradable. El tiempo se ha parado, me susurraste en el oido, y creo que tenías razón. En aquel momento no escuchaba el oleaje del mar, el viento que pasaba, no escuchaba si quiera mi respiración ahora ya menos agitada. Tenías roda la razón del mundo, habías detenido el tiempo, habías cesado el dolor.

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