Me hizo gracia ver como asomaba su cabecita por la ventana y miraba al frente. Su mente debía de estar llena de pensamientos e ilusiones, y su corazón de dulces sentimientos. Me quedé un rato mirandola, como la suave brisa que entraba por la ventana, alzaba ligera cada una de las mechas de su pelo. Sus ojos observaban la lejanía, y su rostro pensativo afirmaba lo mucho que estaba enamorada.
Estuve largo rato mirandola, y me costó no hacerlo. Cuando me di cuenta, ya era casi la hora de tocar la campana, y yo aun no había acabado mi examen. Ella movió rápida la cabeza, y prosiguió escribiendo. Volví a centrarme en mi folio repelto de una lamentable caligrafía enturbiada por mis nervios.
He de admitirlo, los celos trenzaban la rabia lentamente entre mis oidos, entre pecho y espalda. Ese mundo ajeno, que crecia lentamente entre caricias y cálidas palabras. Cubierto por sonrisas y alimentado de esperanza. Cuanta belleza encerrada en diminutas palabras. Pero yo estaba aquí, alejado de tan esquisito plato que se me negaba, como de quien se dispone a pasar por las doradas puertas paradisiacas y se les cierra de golpe.
Se levantó enérgica, y se marchó por la puerta dejando tras de si un rastro de felicidad. Entregué mi hoja y me fui a esconderme de nuevo entre la tinta de mi bolígrafo. Cuando llegué a mi casa, mi mente estaba bloqueada, no conseguía sacar nada en claro, y puesto que con cada intento de apremiar una idea, me frustraba, lanzaba el boli contra la pared con violencia.
Decidí no alterarme más de lo que ya estaba y me tumbé en el suelo. Cerré los ojos y coloqué los auriculares en mis oidos. Intenté no pensar más en ella y en lo que conlleva. Su felicidad me trasmitía calma, eso si. Pero la oscura parte de mi, deseaba derribar las cuatro paredes que me rodeaban, aun siendo consciente de que así no calmaría mi rabia.
Lancé un grito que hizo que mi garganta se resintiera después, pero así comenzó la canción que entraba por mis oidos, a salir por mis pupilas. Aún así, mi corazón guardó parte de él para aquella muchacha de la ventana, que tanto se lo merece.
Estuve largo rato mirandola, y me costó no hacerlo. Cuando me di cuenta, ya era casi la hora de tocar la campana, y yo aun no había acabado mi examen. Ella movió rápida la cabeza, y prosiguió escribiendo. Volví a centrarme en mi folio repelto de una lamentable caligrafía enturbiada por mis nervios.
He de admitirlo, los celos trenzaban la rabia lentamente entre mis oidos, entre pecho y espalda. Ese mundo ajeno, que crecia lentamente entre caricias y cálidas palabras. Cubierto por sonrisas y alimentado de esperanza. Cuanta belleza encerrada en diminutas palabras. Pero yo estaba aquí, alejado de tan esquisito plato que se me negaba, como de quien se dispone a pasar por las doradas puertas paradisiacas y se les cierra de golpe.
Se levantó enérgica, y se marchó por la puerta dejando tras de si un rastro de felicidad. Entregué mi hoja y me fui a esconderme de nuevo entre la tinta de mi bolígrafo. Cuando llegué a mi casa, mi mente estaba bloqueada, no conseguía sacar nada en claro, y puesto que con cada intento de apremiar una idea, me frustraba, lanzaba el boli contra la pared con violencia.
Decidí no alterarme más de lo que ya estaba y me tumbé en el suelo. Cerré los ojos y coloqué los auriculares en mis oidos. Intenté no pensar más en ella y en lo que conlleva. Su felicidad me trasmitía calma, eso si. Pero la oscura parte de mi, deseaba derribar las cuatro paredes que me rodeaban, aun siendo consciente de que así no calmaría mi rabia.
Lancé un grito que hizo que mi garganta se resintiera después, pero así comenzó la canción que entraba por mis oidos, a salir por mis pupilas. Aún así, mi corazón guardó parte de él para aquella muchacha de la ventana, que tanto se lo merece.
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