Parate a pensar un instante en tus ojos. No en su forma, color o tamaño, no, sino en lo que hacen por ti. Son tu guía, vierten sobre ti todo un mundo, te empapan de colores y formas infinitas, sorprendiendote a diario, siempre de algo nuevo. Ellos te ayudan a ver lo hermoso de un amanecer, la belleza que esconde una obra, el encanto de las simples escenas cotidianas. Con ellos captas tiernos detalles y te aconsejan que camino debes tomar. Son la ventana de tu alma, con ellos ven todo lo que escondes, y por ellos escapa todo tu dolor. Pero no te dejes engañar, los ojos no siempre muestran la realidad que te rodea. Confunden las verdades que hay fuera, no dejandote ver lo cierto que existe. Todos podemos ver un árbol, una silla, una persona. Pero nadie puede ver el interior, lo que realmente una persona busca. Los ojos sirven para dar forma a tu vida, a la vida que formas, pero limitan lo que de verdad importa. Todos podríamos seguir viviendo sin esas imagenes que alimentan una verdad inventada por los demás. Lo que importa no es lo que ves, sino más bien lo que puedes llegar a saber, a conocer sin la necesidad de ver. Cierra los ojos, y averigua si es la misma sensación, si es igual sentir así como el sol te abraza, como el aire te acaricia, o como las gotas de lluvia te empapan. Los ojos no te van a ayudar a encontrar aquello que no se ve, aquello que no tiene cuerpo, lo que te provoca una sonrisa, una lágrima o esas mariposas en el estómago de las que todo el mundo ha oido hablar, pero nadie ha visto. Perder la vista en ocasiones nos facilitaría hallar, aquello que tanto cuesta creer, porque no es ver para creer, sino creer para sentir.
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