Era verano, domingo de agosto, un día soleado, maravilloso.
Estábamos solos, acompañados por la agradable brisa empapada del calor del sol,
su rodilla derecha descansaba sobre la mía izquierda, la cual estaba tendida
sobre la arena. Jugueteaba con los minúsculos granos de arena, inclinándose
hacia delante, haciendo formas extrañas, sin sentido, pero daba a entender que
estaba pensando. Yo en cambio había dejado que mi mente se sumergiera entre las
olas que iban y venían. El sonido del oleaje había conseguido hipnotizarme por
completo, apenas podía volver a retomar el control sobre mi mente, y tampoco
deseaba regresar sinceramente. Apoyó en ese instante su cabeza en mi hombro,
cansado de jugar con la arena, y suspiró apenado. Lo miré de reojo, y observé
que él también se estaba dejando llevar por los sedosos murmullos del mar.
Respiré fuerte, lo notó, pero no aparto su cabeza de mi hombro. El calor
empezaba a aumentar notablemente, pero no se movió ni un milímetro, y a mí no
me importaba que estuviese ahí. Vacilé unos instantes antes de preguntarle que
estaba pasando por esa pequeña cabeza. Me dijo que nada, que estaba cansado
para variar. Era su excusa favorita, y lo decía siempre en un tono tan
convincente que todos acababan por creérselo, pero yo le conocía bien,
demasiado bien."No me mientas" le dije "a mí no tienes por qué
mentirme", y acto seguido se recostó encima de la cálida arena, perdiendo
su mirada en algún punto del infinito azul del cielo. Volvió a suspirar, y
extendió sus brazos cuan largos eran, cogió arena con las dos manos y la dejó
caer lentamente, resbalando entre sus dedos. "La verdad es que estoy
cansado" me dijo con los ojos cerrados " estoy cansado de mentir,
estoy cansado de mi". Sabía lo que quería decirme, en cierto modo sí, pero
solamente él sabía a ciencia cierta lo que ahora mismo circulaba por su cabeza
y por su pecho. Le dije que debía relajarse, descansar, y expulsar todos sus
pensamientos y renovarlos. Estaba acabando lentamente con su vida de una forma
surrealista y metafórica, y solamente él podía frenar esta caída hacia el
vacio. Continué mirando el mar, mientras que él seguía mirando el cielo y
pensando sin parar, aunque él no me dijese nada, yo sabía en todo momento que
estaba pensando y en qué. No era nada difícil imaginárselo, pero si
comprenderlo, era la persona más simple y compleja que había conocido jamás,
pero aunque tenía buen juicio, de vez en cuando no podía evitar que le faltasen
dos dedos de frente. Se incorporó de nuevo, e inclino hacia un lado la cabeza.
No lo miré, cada vez que lo hacía no podía evitar que el pecho se me inflara de
dolor, que el corazón me diese un vuelco. Abrió la boca un poco, dejando
escapar un hilillo de aire, y la cerró despacio. Le pregunté qué con que me iba
a sorprender esta vez, y no sé si lo entendí, si no quise entenderlo, o simplemente
si él no quería que lo entendiese, pero me respondió. "No sé si lo sabrás,
ni siquiera si podrás entender, que es sentir el frío de enero en pleno agosto
en tu interior". Lo abracé sin pensar, rodeándolo con mis brazos, mientras
calaba de pena mi pecho.
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