miércoles, 13 de abril de 2011

brain

Era verano, domingo de agosto, un día soleado, maravilloso.


Estábamos solos, acompañados por la agradable brisa empapada del calor del sol, su rodilla derecha descansaba sobre la mía izquierda, la cual estaba tendida sobre la arena. Jugueteaba con los minúsculos granos de arena, inclinándose hacia delante, haciendo formas extrañas, sin sentido, pero daba a entender que estaba pensando. Yo en cambio había dejado que mi mente se sumergiera entre las olas que iban y venían. El sonido del oleaje había conseguido hipnotizarme por completo, apenas podía volver a retomar el control sobre mi mente, y tampoco deseaba regresar sinceramente. Apoyó en ese instante su cabeza en mi hombro, cansado de jugar con la arena, y suspiró apenado. Lo miré de reojo, y observé que él también se estaba dejando llevar por los sedosos murmullos del mar. Respiré fuerte, lo notó, pero no aparto su cabeza de mi hombro. El calor empezaba a aumentar notablemente, pero no se movió ni un milímetro, y a mí no me importaba que estuviese ahí. Vacilé unos instantes antes de preguntarle que estaba pasando por esa pequeña cabeza. Me dijo que nada, que estaba cansado para variar. Era su excusa favorita, y lo decía siempre en un tono tan convincente que todos acababan por creérselo, pero yo le conocía bien, demasiado bien."No me mientas" le dije "a mí no tienes por qué mentirme", y acto seguido se recostó encima de la cálida arena, perdiendo su mirada en algún punto del infinito azul del cielo. Volvió a suspirar, y extendió sus brazos cuan largos eran, cogió arena con las dos manos y la dejó caer lentamente, resbalando entre sus dedos. "La verdad es que estoy cansado" me dijo con los ojos cerrados " estoy cansado de mentir, estoy cansado de mi". Sabía lo que quería decirme, en cierto modo sí, pero solamente él sabía a ciencia cierta lo que ahora mismo circulaba por su cabeza y por su pecho. Le dije que debía relajarse, descansar, y expulsar todos sus pensamientos y renovarlos. Estaba acabando lentamente con su vida de una forma surrealista y metafórica, y solamente él podía frenar esta caída hacia el vacio. Continué mirando el mar, mientras que él seguía mirando el cielo y pensando sin parar, aunque él no me dijese nada, yo sabía en todo momento que estaba pensando y en qué. No era nada difícil imaginárselo, pero si comprenderlo, era la persona más simple y compleja que había conocido jamás, pero aunque tenía buen juicio, de vez en cuando no podía evitar que le faltasen dos dedos de frente. Se incorporó de nuevo, e inclino hacia un lado la cabeza. No lo miré, cada vez que lo hacía no podía evitar que el pecho se me inflara de dolor, que el corazón me diese un vuelco. Abrió la boca un poco, dejando escapar un hilillo de aire, y la cerró despacio. Le pregunté qué con que me iba a sorprender esta vez, y no sé si lo entendí, si no quise entenderlo, o simplemente si él no quería que lo entendiese, pero me respondió. "No sé si lo sabrás, ni siquiera si podrás entender, que es sentir el frío de enero en pleno agosto en tu interior". Lo abracé sin pensar, rodeándolo con mis brazos, mientras calaba de pena mi pecho.

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