Al final de la pupila se encuentra agazapada una voz, que a pleno pulmón grita miles de palabras encadenadas al pecho. Se siente pequeña, incomprendida, ignorada, la voz por más que grita y que grita nunca es escuchada. Le enfurece, el hecho de que nadie la oiga le hace rabiar, impotencia es la palabra exacta, y explota. Como olas que chocan contra el acantilado, miles de gotas de una lluvia torrencial, así, similar al apocalipsis, estalla en mil pedazos la voz. Se vuelve a levantar, animada por si sola, por la luz del sol, por pequeñas melodías. Pero se esconde el sol, y vuelve a rebentar a la noche, no puede, se queda afonica de gritarle a la pared que se interpone justo al limite de la pupila. Noche tras noche, la voz disuelve ese muro cristalino con cada lágrima, el mismo muro, que se levanta solo al amanecer.
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