La frente perlada de sudor, y ni
siquiera roza en nuestro pensamiento la idea de separarnos. El vaivén de las
caderas, las caricias en la espalda. Me vuelve loco, tu magnífico riachuelo
vertebral. Ha empezado a chispear, y tu aliento ha nublado mi toque de queda,
no sé dónde me encuentro. Me da igual. Sólo puedo sentir los pequeños
mordisquitos que pasean por mi oreja, por tu cuello, por los labios. Dime hacia
dónde te diriges, que no me quiero encontrar. Sé que tú también lo escuchas, ha
empezado el vendaval de cosquillas y ya no tenemos opción de parar. Mírate,
sobre mis pies, y sin querer bajar, que estúpida sonrisa la tuya. La mía, que
es tuya. Corre pequeña, haz tambalear todos tus pequeños y escurridizos huesos
de marfil, haz que vuelva a sonar tu música. Has dejado de ser Calíope, has
abandonado tu mito para convertirme en tu Erato. Ya está, se acabó, no es un
secreto, que de ti me he enamorado.
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