Llevo días pensando, nada nuevo.
Mi cabeza no para de girar y girar, y de buscar. El otro día me di cuenta de
que conocemos pocas perfecciones, busqué ejemplos adecuados al concepto, a
nuestro concepto de la perfección, y a raíz de ellos, saqué conclusiones de qué
se necesita para poder considerar algo perfecto. La belleza por ejemplo, lo
puro, lo armónico, o lo matemático por excelencia, no hay mayor perfección que
una suma. Sometemos a perfección siempre
a algo que bajo ningún concepto varía, ni aumentando ni disminuyendo, algo que
por sí sólo, sin la necesidad de añadidos se puede mejorar. La perfección
permanece, siempre. Una obra maestra literaria, un cuadro que suscite al llanto
o una película que te destroce el cerebro, tu modelo, actor o actriz favoritos
cuyos rasgos faciales parecen ser esculpidos por el mismo Buonarroti. Una idea,
una simple idea. Y entonces me di cuenta, que
existe algo en nuestro mundo que contiene más perfección que ninguna
otra. La muerte, el fin. Porque cuando algo termina, no hay más, no se puede
cambiar ni aún deseándolo con todas tus fuerzas, la muerte es perfecta. La
muerte mantiene en su esencia todo, la idea previa queda por siempre aplacada
sin la posibilidad de destrozarse. Lo que más dolor nos provoca, la falta, es
perfecta, imposible de eliminar. Incluso cuando se ama, ese amor, quedará por
siempre sellado como verdad. Y es tan perfecta la muerte, que se mantendrá viva
dentro de ti. No hay nada más perfecto que el punto y final.
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