miércoles, 17 de abril de 2013

Duermevela



La distancia entre ambos me parecía eterna, incalculable. La cama debía medir kilómetros infinitos porque no notaba ni siquiera su presencia a mi lado. No sé si dormirá, pero yo estoy con los ojos bien abiertos, hecha una bola. No entiendo nada, llevo su mirada en mi mente todo el día, esos ojos… Y no se marchan. Y ahora no sé que me está pasando, debería dormirme y sin embargo no puedo dejar de pensar que a menos de un metro tengo una espalda que quiero acariciar. Si no puedo dormir no pienso perderme las estrellas de esta noche. Salgo sigilosa, como un gato, y me deslizo por el pasillo hasta llegar al porche. Qué maravilla. He salido de las sábanas para sentirme arropada por un manto de estrellas que me observa desde lo alto. Sonará ridículo, pero cada vez que me detengo a mirar una estrella me recuerda a un verso distinto. Empiezo a tener frío y creo que debería intentar dormir. Vuelvo pasito a pasito y cuando me introduzco en la cama noto algo raro. Algo ha cambiado. No es igual, intento pensar en qué hay de diferente. Me giro bruscamente y de pronto noto tu respiración chocando contra mi pecho. No veo nada, pero tu aliento choca de lleno. De pronto, noto un movimiento, y deslizas entre la penumbra tu mano hasta rozar mi pierna. Y la acomodas entre mis muslos. Recorro con mis dedos el camino de tu brazo hasta llegar a tu hombro. Repaso tu cuello y tu mejilla. Sin darnos cuenta empieza un baile de máscaras, de caricias, en busca de un tesoro que no existe paseamos nuestras yemas. Pero el concierto comienza cuando tus labios se posan sobre mi piel, y cientos de acordes suenan al unísono. Qué maravilla. Y tu boca sale de caza sobre mis pecas y lunares, se divierte clavando tus dientes sobre la nieve ya deshecha. Creo que he perdido el conocimiento un instante, porque me sorprende sentir tu aliento contra el mío. Pero todo termina muy rápido, y cómo quien acelera una película, amanece y trascurren las horas a una velocidad de vértigo. Y me encuentro tumbada en mi cama, mirando el techo. Y discuto conmigo misma sobre el sueño tan real, sobre una realidad onírica. Cierro los ojos, y acaricio la marca de tus colmillos.

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