Tumbada boca abajo, escuchaba su
respiración desde el otro lado de la cama. Su pelo inundaba toda la almohada,
incluso llegaba a rozarme la nariz. Qué bien olía, su olor conseguía a veces
que me marease y perdiera el conocimiento un segundo. Me fijé que ya estaba
amaneciendo porque su piel ya resplandecía con el sol que se colaba por la
persiana. Tú también te percataste, porque entre quejidos te arrullaste y te
hiciste un ovillo. Y seguías durmiendo, como un gato. Me recordabas a un gato,
un gato blanco. Tenía delante de mí la más perfecta arpa de costillas. No pude aguantarme
y tuve que acariciarle, notando costilla a costilla en mis dedos. Que suave es.
Su piel es una mezcla entre dolor y perversión. No sé como estoy controlando
las ganas de rodearte con el brazo, de besarte en la nuca. De susurrarte de que
estoy aquí, no temas, eres fuerte. No estás sola.
No hay comentarios:
Publicar un comentario