Arranca, vámonos de aquí.
Una carretera con un único
destino, nuestra propia complicidad. Un paisaje exquisito que no deja de
cambiar, con mi mano sobre el cuero y la tuya sobre mis nudillos. Sé que no me
vas a hacer dudar. El sonido de tu voz se que permanecerá todo el camino en mi
cabeza, “vámonos”. Y mientras me llevas, no puedo apartar la vista de la
ventanilla, de los ojos que me miran desde allá. Ya no tengo miedo, ya no lo
siento desde que estás aquí junto a mi pecho. Ya no. No cruzamos palabras, no
son necesarias desde que acepté saltar desde lo
más alto. Desde que te conocí, no he tenido prisas, no he vaciado nunca
mi cerebro. No he sentido ni siquiera el tiempo. Y me sorprende la oscuridad, y
como el fondo cambia y comienza a arder. Pero es hermoso, no asusta pensar que
nos pillará desprevenidos, pero ahora no puedo apartar los ojos de tu nariz,
del fuego a kilómetros de nosotros.
Sabes bien. Y supongo que me
equivocaré.
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