Un pie, y otro. Andaba, caminaba, me arrastraba con lentitud. Me dolía todo el cuerpo, los huesos sobretodo, como si alicates hiciesen presión sobre ellos. Pero no me detenía, seguía adelante, alejándome más y más. Un pie, y otro, sin parar. Hacía aire, un viento helado que hacia que me cansase aún más. Me abrazaba, me acariciaba la cara haciendo que me doliese la punta de la nariz. Pero no me detenía, seguía adelante. Un pie, y otro, sin parar. El fondo, era llamativo, el juego de amarillos y naranjas en el cielo. Unas pequeñas nubes se habían colado en él, y seguían mi misma trayectoria. O era yo el que las seguía a ellas. No lo sé, pero no me detenía, seguía adelante con o sin ellas. Un pie, y otro, sin parar. Me siento, me balanceo sobre el columpio amarillo lleno de tierra. Vuelvo a mirar las manchas cálidas del cielo. El aire se calma, y se vuelve agradable en las piernas. Respiro, como si no hubiese respirado en décadas. Lo disfruto, como quien tras vagar por el desierto renace con la primera gota de agua. Y me levanto, y vuelvo a andar, a seguir adelante. Un pie, y otro, sin parar. Golpeo las piedrecitas, miro a la gente que se mueve rápida, y pienso. Me detengo. Respiro y miro los colores, el cielo, los árboles, los pájaros, el suelo, el agua, las montañas, las casas, mis zapatos, mis manos, mis lágrimas. Un pie, otro pie, sin parar.
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