martes, 31 de mayo de 2011

El sueño de la razón produce monstruos.


No sé en qué estaba pensando cuando aquella sombra se abalanzó sobre mí devorándome por completo. Tampoco hice caso omiso de aquellos ojos voraces y brillantes que acechaban entre las sombras, aquellos que dejaban percibir un terrible hedor el cual taponaba mis fosas nasales. Me paralizó por completo aquel estruendo que surgió de la nada, dejándome sin respiración, como si hubiera escuchado las trompetas del juicio final. Era insólito que personas como aquellas pudiesen estar ahora mismo en pie, era desconcertante como con cada paso iban perdiendo la forma hasta convertirse en meros recuerdos, grabados a fuego en mi memoria. El aire iba viciándose lentamente, introduciéndose en ritmo constante y pausado, calmando el dolor que vivía dentro. Los rostros se iban desencajando en muecas de sufrimiento, retorciéndose en un terrible torbellino para terminar en un ahogado grito de súplica. El cielo se confundía con una espantosa pesadilla interminable, combinado de azufre y sangre, revuelto con los cadáveres de aves que escrutaban los diminutos cuerpos en descomposición. Seguía sonando la escalofriante melodía de ametralladora, con la caída de hombres, mujeres y niños que marcaban el compás, y volvían la pieza en una sublime ofensa. Cuando finalizó la última bala de cañón, se despejó por completo el cielo, pude saborear de nuevo el dulce amanecer que surgía decisivo tras las montañas. Cerré los ojos para disfrutar al máximo como una pequeña brisa acariciaba mis mejillas. Y cuando los abrí, la luz me dio de lleno en la cara, comprendiendo que ya había despertado.

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