sábado, 25 de agosto de 2012

Si. Y no.


Rodaba cuesta abajo por la colina de detrás de casa. El roce de la hierba y del rocío de madrugada era agradable contra mi piel. Era como volver a nacer y ver por primera vez los ojos de tu madre. Era como caer en forma de lluvia una tarde de verano.  No sé si lo describo bien, pero era una sensación como nueva, aun que no lo fuese. Era revitalizante y feliz. Si, feliz. Esa era lo que me producía, felicidad. Un fuerte torrente de energía choco contra mi pecho convirtiéndome en millones de carcajadas que rompían el silencio del crepúsculo. Me importaba bien poco lo demás, estaba feliz. Que recuerdos. Subía, y rodaba. Estallando una y otra vez en dulzura. Y subía, y rodaba. Hasta que deje de subir. Me quedé bajo, y dejó de amanecer.

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