Rodaba cuesta abajo por la colina
de detrás de casa. El roce de la hierba y del rocío de madrugada era agradable
contra mi piel. Era como volver a nacer y ver por primera vez los ojos de tu
madre. Era como caer en forma de lluvia una tarde de verano. No sé si lo describo bien, pero era una
sensación como nueva, aun que no lo fuese. Era revitalizante y feliz. Si, feliz.
Esa era lo que me producía, felicidad. Un fuerte torrente de energía choco
contra mi pecho convirtiéndome en millones de carcajadas que rompían el
silencio del crepúsculo. Me importaba bien poco lo demás, estaba feliz. Que
recuerdos. Subía, y rodaba. Estallando una y otra vez en dulzura. Y subía, y
rodaba. Hasta que deje de subir. Me quedé bajo, y dejó de amanecer.
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